Ir al contenido principal

Por Irene Candelas
Psicóloga | Terapia Familiar y de Pareja


En la orilla se sueltan muchas cosas

No sé si a ti también te pasa, pero yo he llorado más veces en la playa que en una consulta.
No porque el mar te juzgue, sino porque no te exige nada.
Puedes estar despeinada, en silencio, leyendo un libro o mirando al horizonte como si fueras la protagonista de un videoclip emocional… y todo está bien.

Y eso, en un mundo donde siempre tienes que hacer, responder, rendir, decidir, es un descanso. Literal.

 


Cuando el descanso no es solo físico

El verano a veces llega con exigencia de disfrute:
“Ahora sí que tienes que descansar.”
“Ahora sí que tienes que ser feliz.”
“Ahora sí que toca desconectar.”

Y si no lo logras, culpa.
Y si lo intentas, pero no consigues parar la mente, más culpa.

Pero descansar no siempre es dormir más o tumbarse al sol.
A veces es no tener que cuidar a nadie por unas horas.
O caminar sin un rumbo definido.
O simplemente no estar pendiente de si estás “aprovechando el tiempo”.

Cuando el verano llega con esa sensación de tener que disfrutar ‘sí o sí’, también aparece la culpa si no lo logramos. Si te interesa cómo gestionar estas dinámicas familiares sin rigidez ni exigencia, puedes leer ‘Pautas para disfrutar el verano en familia’, un artículo de Sandra Martínez que propone formas sencillas de vivir las vacaciones desde el disfrute y no desde la presión.


La playa como metáfora terapéutica

Trabajando con mis pacientes o familias y parejas, a menudo uso la imagen del mar.
Porque el mar no discute con la orilla.
Va y viene. A veces suave, a veces desordenado. Pero nunca se queda quieto.

Y así son también muchas emociones.
El error es intentar frenarlas como si fueran peligrosas.
Pero cuando les das espacio… bajan la espuma solas.

 


¿Y si el verano no es tiempo de metas, sino de margen?

La pausa estival no es para convertirnos en nuestra mejor versión.
Es para recordarnos que la vida también puede ser simple.

Que puedes vivir una semana sin maquillaje emocional.
Que puedes aburrirte.
Que puedes decir “no sé lo que quiero hacer hoy” y no pasa nada.

Y si tienes familia, hijos o pareja, el verano también puede ser un espacio para convivir desde otro lugar.
No desde la logística, sino desde el juego, la espera, la improvisación.
Aunque, claro, eso no siempre sale bien.
Y por eso te invito también a reírte de ti, de ellos, del calor… y empezar otra vez mañana.

Y si además sientes que el calor te desconecta, te ralentiza o incluso te hace más irritable, no es casualidad. En ‘El efecto del calor en nuestras funciones cognitivas’, Áurea Franco explica cómo las altas temperaturas impactan en nuestra atención, concentración y estado emocional.

 


Lo que el mar enseña sin decir nada

El mar te enseña a no sujetarlo todo.
A mirar lo que llega, sin tener que retenerlo.
A que las cosas cambian, incluso cuando parecen estancadas.
Y a que la libertad no siempre es “hacer lo que quieras”, sino poder no hacer nada sin sentirte mal por ello.

Los cambios de ritmo, la convivencia más intensa o simplemente salir de la rutina pueden remover muchas cosas en las relaciones familiares. En ‘La tendencia al equilibrio’, yo misma reflexiono sobre cómo cada sistema familiar busca adaptarse cuando algo se mueve, y por qué a veces el verano también necesita ajustes invisibles.


Conclusión: que el verano no te exija nada

Si algo te pide este verano, que no sea productividad emocional.
Que no sea ponerte al día contigo.
Que no sea aprovechar cada momento.

Que sea respirar hondo.
Meter los pies en el agua.
Estar menos guapa y más tranquila.

Y si necesitas llorar, que sea mirando al mar.
Que él no te pregunta por qué.

Si en verano te cuesta activarte o acabas postergando cosas que te importan, puede ser más emocional que pereza. En ‘¿Por qué tu cerebro prefiere Netflix a ese informe urgente?’, Sandra Martínez explica por qué a veces evitamos ciertas tareas cuando nos exigimos demasiado, y cómo eso también agota el cuerpo.

Irene Candelas

Psicóloga