No hay mayor cliché que empezar una entrada de blog citando a Shakespeare. Sin embargo, no reconocer las sabias palabras de Macbeth cuando decía: “Dad palabra al dolor: el dolor que no habla gime en el corazón hasta que lo rompe”; sería un desatino.
El dolor es una parte natural de la experiencia humana, y nos obliga a experimentar sensaciones desagradables para transitar ciertos momentos de la vida. Pero lo verdaderamente desagradable es el dolor que callamos. El dolor no expresado es aún más devastador que el sufrimiento en sí mismo. Cuando suprimimos nuestras emociones y las mantenemos encerradas en nosotros, el dolor se acumula y se intensifica hasta que llega un punto en el que ya no podemos contenerlo. Nos rompe por dentro.
El reconocimiento y la expresión del dolor no solo nos ayuda a sanar, sino que también nos conecta con los demás. Todos llevamos nuestras cargas emocionales y, a menudo, nos sorprendemos al descubrir cuántas personas pueden relacionarse con nuestros sentimientos y experiencias. Al abrirnos y compartir nuestras historias, creamos un puente de empatía y solidaridad que puede ser reconfortante tanto para nosotros como para quienes nos rodean.
Por eso dar voz al dolor no implica debilitarnos o victimizarnos. Al contrario, es un acto de valentía y autenticidad. Nos permite reconocer nuestra propia humanidad y aceptar nuestras vulnerabilidades. Tanto es así, que el poder de las palabras y la comunicación es transformador. Al dar voz al dolor, liberamos su carga y nos abrimos a la posibilidad de encontrar consuelo y renovación. Al hablar de él, encontramos una salida para nuestras emociones y permitimos que otros nos comprendan y nos brinden apoyo. Al verbalizar nuestro sufrimiento, comienza el proceso de transformarlo en un aprendizaje.
Así que, en un mundo donde a menudo se nos insta a ocultar la tristeza y presentar una fachada de fortaleza, expresémonos sin miedo. Abracemos la valentía de compartir nuestras experiencias.
Inés Babío
Logopeda y Psicóloga