A pesar de las dificultades del cerebro para desentrañar las letras y los sonidos, unirlos, dibujarlos, dotarles de significado…, nuestro órgano central no ceja en el empeño de intentar desentrañar el mundo de las palabras y crear.
Crear, sí. Porque la lectura no solo nos ofrece una riqueza de vocabulario o nos llena la cabeza de “pájaros” haciéndonos volar, intelectualmente hablando, hacia mundos insospechados, aventuras dignas de los mismísimos Sherlock Holmes o Indiana Jones… no, los beneficios de la lectura no acaban ahí.
Nuestro código genético no trae aún, debido al corto periplo intelectual del ser humano en torno a la lectoescritura, un área especifica que ayude a descifrar el código de las cifras y las letras. No es así, ni lo será hasta dentro de miles de años genéticos, pero sí que tenemos múltiples áreas neurológicas capaces de activarse, sincronizarse y cooperar para descifrar esos códigos creados por el sapiens.
Ahora sabemos que descifrar el código de las letras activa numerosas áreas cerebrales, áreas de creatividad, de imagen, de representaciones auditivas. Por ello, el cerebro CREA. Crea conexiones nuevas, crea imágenes no vividas, crea acciones no realizadas, crea nuevos olores y sabores no experimentados.
La lectura, entonces, podríamos considerarla un entrenamiento pasivo. Y lo bueno de cualquier entrenamiento es que cuanto más se realice, mejor es el desempeño. Por ello a mayor tiempo de lectura, mejor es la eficacia del proceso lector y la eficiencia con la que el cerebro desentraña ese código, secreto e indescifrable en el inicio del proceso lector y que con la práctica se convierte en un “libro abierto” para el lector.
El cerebro activa numerosas áreas neurológicas, como son la corteza premotora donde planificamos movimientos, el área de broca donde analizamos oraciones complejas y con la que hablamos, el hipocampo desde el que almacenamos a largo plazo, el área occipital donde asociamos y desarrollamos imágenes que “vemos” durante la lectura, el lóbulo temporal donde analizamos el significado de las palabras que leemos, entre otras. Esta múltiple activación de zonas provoca un intercambio de información entre muy diversas zonas encefálicas produciendo, sin esfuerzo y con mucho placer, un efecto neuroregenerador, y rehabilitador en el caso de cerebros en proceso de envejecimiento. Es por ello que la lectura se convierte en el mejor entrenamiento entre las franjas de 0 a 150 años. En el inicio, cuando nos leen cuentos, en el final cuando somos nosotros los que los leemos. En cualquier momento vital, la lectura es, además de la mejor compañía, el mejor de los entrenamientos neurocognitivos.
Por eso, estimado lector, considera esta lectura, como una colaboración a tu ejercicio neurológico diario. Te ofrezco un dato, dicen los estudios que las personas que leen a diario -no sirve solo las instrucciones del champú en ciertos momentos de descarga fisiológica- pasados los 70 años parecen presentar menos sintomatología compatible con Alzheimer a lo largo de los siguientes años de su vida. Por lo que podemos decir que la lectura es uno de los elixires de la eterna juventud, al menos de la neurológica e intelectual.
Sandra Martínez
Neuropsicóloga