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Hoy, con motivo del Día Internacional de las Familias, tenía pensado contaros algo sobre la familia (un poco en plan «El Padrino»). Pero, en lugar de eso, he decidido contaros un cuento. A las personas nos gustan las historias, nos viene de lejos…así que ahí va!

EL VIAJE HACIA EL INTERIOR

Habían dicho los viejos del pueblo, que iba a hacer muy buen tiempo el fin de semana, así que, Jorgito, que había ido a pasar unos días con su familia a la casa que tenían en el campo, decidió que se iría de excursión al río. Saldría temprano y estaría de vuelta a la hora de comer, eso le dijo a su madre, y a pesar de que iría solo y de que sólo tenía diez años, el río no era más que un riachuelo, y no estaba a más de quince minutos caminando de la casa, así que, lo que para Jorgito iba a ser una gran aventura, para su madre, no era más que un paseo exento de cualquier peligro, por lo que accedió gustosa a la petición de su hijo.

Como un explorador que afronta un reto extraordinario, Jorgito empezó a preparar su mochila para el día siguiente, debía ir bien pertrechado para que ningún imprevisto frustrase su viaje. Jorgito decidió meter una chocolatina, para no morir de inanición; una botella de agua, para no morir de sed; y su tirachinas, para defenderse de los múltiples peligros que pudieran acecharle ahí afuera. Fue al salón, se despidió de la familia y se acostó pronto porque al día siguiente tenía que madrugar.

Con el primer rayo de luz del alba (o eso pensó él, porque eran ya entradas las 09:30), Jorgito despertó de un salto, y entusiasmado se vistió, cogió su mochila, y salió corriendo de la casa, no sin antes haber pasado por la cocina para coger una de las napolitanas que dejaba el panadero en su reparto diario. Emprendió su viaje cogiendo el camino que se adentraba en la arboleda y feliz empezó a caminar mirando todo a su alrededor como si fuera la primera vez que pasaba por allí. El caso es que, cuando llevaba un rato de trayecto, a Jorgito comenzó a dolerle la espalda, pero no le dio importancia, y continuó; un rato después, notó como las rodillas le dolían también, y hubo un momento en que el dolor ya no le permitió continuar, y tuvo que parar a un lado del camino, se quitó la mochila y se sentó debajo de un árbol. En ese momento, pasaba por allí Isidoro, el pastor, que con su viejo burro y su zurrón de piel gastado, se dirigía hacia el pueblo, a su corral, para sacar a las ovejas a pastar, y le dijo:

 

.- ¡Buenos días Jorgito! ¿qué haces ahí sentado? ¿estás bien? – y Jorgito respondió-

.- Buenos días Isidoro. Iba de excursión pero me he tenido que parar porque no me encuentro bien…

.- ¿Qué te pasa Jorgito? ¿qué te duele?

.- Pues me duele un montón la espalda, y las rodillas me crujen cuando ando…

Entonces Isidoro, que advirtió que Jorgito llevaba una mochila bastante grande le dijo:

.- ¿Y no será porque la mochila te pesa mucho Jorgito? – y el niño le contestó-

.- Eso es imposible, sólo llevo lo necesario para sobrevivir, una chocolatina, agua y mi tirachinas, mira te lo enseño.

 

En ese momento Jorgito se levantó, se acercó a Isidoro que le miraba con curiosidad desde   lomos de su burro, abrió la mochila y… ¡casi se cae de culo de la impresión!… resulta que además de lo que él metió había, ¡¡¡un libro de mapas con un camino marcado, una linterna, un botiquín y un bañador y una toalla!!! ¡Aquello parecía el bolso de Mary Poppins! Jorgito no daba crédito y le dijo a Isidoro:

 

.- No me lo puedo creer, ya sé lo que ha pasado. Mientras dormía seguro que mi familia me ha ido metiendo todas estas cosas en la mochila. El libro es de mi padre, es un atlas antiguo donde tiene marcado el camino hacia el río de cuando él era pequeño; la linterna me la ha metido mi abuela, tiene mucho miedo a la oscuridad y no soporta que no haya luz; el botiquín lo ha puesto mi madre, está obsesionada con que tenga cuidado y no me haga daño trepando a los árboles y que no me caiga porque siempre voy corriendo; y la toalla y el bañador, mi tío Félix, que ayer me dijo que seguro que cuando llegase al destino, me daban ganas de darme un baño. ¡Jo! No los aguanto ¡que pesados! Ahora mismo voy a tirar todo esto que me ha hecho tener que parar y por culpa de lo cual me duelen las rodillas y la espalda.

 

Jorgito rompió entonces a llorar de rabia. Isidoro, que miraba la escena con la impasividad y la ternura que sólo la experiencia de los años otorgan, se bajó del burro lentamente, y echándole la mano por el hombro le dijo:

 

.- Mira Jorgito, tienes que entender que ellos te han metido todas esas cosas en la mochila con todo su amor y su mejor intención, y aunque por el peso has tenido que para y ahora te duelen la espalda y las rodillas, tu familia sólo quería darte herramientas para hicieras tu viaje seguro, las herramientas que a ellos les sirvieron en su viaje, o las que ellos creían que deberían llevarse en una mochila. Tú tienes que tener tus propias herramientas, así que, si todo esto que te han metido en la mochila no te vale, devuélveselo, pero no lo hagas desde el enfado, hazlo desde la comprensión y desde el amor con el que ellos te lo han dado. Anda, sube al burro que te llevo a casa, así podrás dejar todo lo que no te sirve, y cuando se te pase el dolor, vuelves a salir de excursión.

 

Así, Jorgito se limpió las lágrimas y subió al burro. Isidoro lo dejó en la puerta, y siguió su camino, lento y feliz, y Jorgito entró en casa. Fue hacia el salón, su padre leía el periódico y su madre hacía los crucigramas; su tío estaba arreglando una vieja lámpara; y su abuela dormitaba en la silla al lado de la ventana. Jorgito entonces, se puso en mitad de la habitación, dejó la mochila encima de la mesa baja donde se tomaba el café, la abrió, y con un tono muy solemne dijo:

 

.- Por favor, atendedme un momento que os quiero decir una cosa. He tenido que volver de mi aventura porque me han fallado las rodillas y me duele la espalda a causa del peso que llevaba en la mochila. Yo la cargué con todo lo necesario, pero cada uno de vosotros me ha metido, además, algo suyo, y yo no puedo con tanto peso. Abuela, toma la linterna; tío, guarda el bañador y la toalla; mamá, ten, el botiquín; y papá, te devuelvo tu libro de mapas.

 

         No quiero que os enfadéis. Os pido perdón por no aceptar todas estas cosas, siento mucho no poder llevarlas conmigo. Os agradezco que os preocupéis por mí, es una muestra de cariño y por eso yo os quiero tanto, pero debéis entender, que, abuela, yo no le tengo miedo a la oscuridad; tío, el agua del río está muy fría y no me gusta bañarme allí; mamá, es normal que me caiga y me haga heridas, todos los niños nos caemos y siempre llevamos las rodillas llenas de costras, pero no pasa nada por ello; y, papá, tienes que comprender que el camino que has marcado en tu mapa no es mi camino, es el tuyo, y yo quiero andar el mío propio.

 

Todos los miembros de la familia se miraron entre sí, y en ese momento comprendieron que Jorgito había vuelto de un viaje mucho más largo y productivo que el que le llevaba al riachuelo, entendieron que estaba de vuelta del viaje hacia el interior, y que en ese trayecto, se había conocido a sí mismo.

No es fácil saber quiénes somos en realidad, porque, como seres humanos, somos la suma de un montón de otros seres humanos, que nos aportan cosas buenas y, a veces, no tan buenas. Cuando las rodillas os fallen, y os duela la espalda; cuando los síntomas de que el peso de vuestra mochila es excesivo sean claros; haced un alto en el camino y mirad en la mochila cuánto de lo que allí hay es vuestro, y cuánto es de otros.

 

En el viaje que os lleva a descubrir “quién soy”, a veces, necesitamos una guía, una ayudita. De ser así, no dudéis en solicitarla, en Neuron sabemos ayudarte.

Irene Candelas

Psicóloga Familiar

Irene Candelas

Psicóloga

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