Por Sandra Martínez
Neuropsicóloga
Esa eterna lista de tareas que… nunca pasa de «pendiente»
Tienes que entregar un informe.
O estudiar para ese examen.
O por fin escribir ese correo que llevas posponiendo desde hace tres días.
Pero de repente, reorganizas el cajón de los calcetines, ves tres vídeos sobre cómo doblar camisetas en vertical… y terminas viendo una serie nueva que ni siquiera te interesaba tanto.
Tranquilo. No es que seas un desastre. Es tu cerebro tomando decisiones a su manera.
¿Qué es realmente la procrastinación?
La procrastinación no es simplemente dejar las cosas para mañana. Es un fenómeno complejo, donde el cerebro decide —a veces sin tu permiso— aplazar una tarea aunque sepa que eso te generará más estrés.
Es un cortocircuito entre el sistema racional que planifica y el sistema emocional que busca evitar el malestar. Y muchas veces gana el segundo.
La batalla interna: cerebro ejecutivo vs. cerebro emocional
Desde la neuropsicología, sabemos que la procrastinación tiene mucho que ver con el conflicto entre dos sistemas cerebrales:
- La corteza prefrontal, encargada de planificar, tomar decisiones y resistir impulsos.
- El sistema límbico, que busca gratificación inmediata y evita el malestar a toda costa.
Cuando la tarea nos aburre, nos agobia o nos da miedo (sí, incluso de forma inconsciente), el sistema límbico se activa como una alarma emocional y propone un trato tentador:
“¿Y si vemos solo un capítulo… y luego ya lo haces?”
En momentos de mucho cansancio o calor, este conflicto puede acentuarse. Si te interesa cómo influye el entorno en tu atención, no te pierdas este artículo sobre el efecto del calor en nuestras funciones cognitivas.
¿Por qué procrastinamos más de lo que creemos?
No todas las tareas nos provocan el mismo rechazo. Hay ciertos factores que aumentan la probabilidad de procrastinar:
-
Tareas poco estructuradas: como “ponerme con el trabajo” (¿qué parte exactamente?).
-
Perfeccionismo: «Si no va a salir perfecto, mejor ni lo empiezo».
-
Miedo al fracaso (o al éxito): sí, ambas cosas pueden asustar.
-
Dificultades en funciones ejecutivas: como la organización, la memoria de trabajo o la flexibilidad cognitiva.
Cuando las emociones bloquean la concentración, es fácil entrar en bucles de evitación. Si te interesa cómo manejar ese malestar sin juzgarte, te recomiendo leer ‘No siempre podemos con todo’, donde Sara Villafranca reflexiona sobre la presión de rendir incluso cuando estamos al límite.
No es pereza, es evitación emocional
Muchos de los juicios que nos lanzamos cuando procrastinamos (“soy un desastre”, “no tengo fuerza de voluntad”) en realidad aumentan el malestar… y nos empujan a procrastinar aún más.
Detrás de esa “falta de ganas” suele haber emociones no gestionadas: frustración, inseguridad, fatiga, baja autoestima.
Por eso, en consulta trabajamos no solo con la planificación, sino con la gestión emocional de la tarea. Porque no es solo “ponerse” —es sostener lo que aparece mientras lo haces.
Estrategias que sí funcionan (y que no implican culpabilizarse)
Aquí van algunas herramientas con respaldo neuropsicológico que pueden ayudarte a salir del bucle:
🔹 Divide la tarea en partes muy pequeñas
Cambiar “escribir el informe” por “abrir el documento y escribir una frase” puede desbloquear el arranque.
🔹 Utiliza la técnica del tiempo limitado (Pomodoro)
25 minutos de tarea + 5 minutos de descanso. Tu cerebro acepta mejor un esfuerzo acotado.
🔹 Redacta una lista de tareas concretas y visibles
Y no olvides tachar lo que terminas: esa pequeña recompensa visual activa el sistema dopaminérgico.
🔹 Normaliza tus emociones
No necesitas tener ganas para empezar. A veces, la motivación viene después de comenzar.
🔹 Rodéate de otras personas que también estén “poniéndose a ello”
Ambientes compartidos de trabajo silencioso (como bibliotecas o coworkings virtuales) ayudan a activar el foco.
Y si te reconoces como una persona especialmente exigente contigo misma, quizá te haga bien leer este artículo sobre la autoexigencia silenciosa, que te ayudará a soltar esa voz interior que no te deja en paz.
Conclusión: hacer las paces con tu procrastinador interno
Procrastinar no es una falla moral. Es una forma de evitar el malestar inmediato, aunque tenga costes a largo plazo.
Pero tu cerebro también puede aprender nuevas rutas. Y tú puedes construir entornos, hábitos y discursos internos más amables que te ayuden a avanzar… incluso con miedo, incluso con pereza, incluso sin ganas.
Porque no se trata de ser productiva todo el tiempo, sino de entender cómo funcionas para poder cuidarte mejor mientras haces lo que necesitas.
Sabemos Ayudarte.