Por Inés Babío
Psicóloga y Logopeda
¿Y si el verano también modificara cómo nos escuchamos?
En verano, todo suena distinto.
Las calles suenan más vacías por la mañana, los cuerpos más libres, las voces más intensas o más pausadas.
Las rutinas desaparecen, y con ellas, muchas referencias internas.
Y aunque solemos pensar en el verano como un periodo de desconexión, para algunos niños con neurodesarrollo atípico, es justo lo contrario: se conectan más con su cuerpo… pero no siempre de una forma fácil.
Un cuerpo sin horario, un sonido sin anclaje
Durante el curso escolar, muchos niños y niñas con perfiles sensoriales distintos —con TEA, TDL, TDAH o sin diagnóstico— encuentran cierta seguridad en la rutina: el aula, el horario, los momentos para hablar, moverse, jugar.
Pero cuando eso desaparece, su forma de percibirse también cambia.
Y la voz, que es cuerpo en vibración, no siempre sabe adaptarse al nuevo ritmo.
Algunos hablan menos. Otros gritan más.
Hay quienes vuelven a repetir frases que ya habían dejado atrás.
Y también están los que callan. No porque no puedan hablar, sino porque el cuerpo que habita el calor ya no se siente del todo propio.
Si te interesa cómo la voz puede sentirse como algo extraño, puedes leer “Cuando hablar se siente raro”, donde exploro cómo el habla también es una experiencia sensorial.
El verano y los cambios en la percepción interna
Los niños que tienen dificultades para integrar lo que sienten dentro de su cuerpo —la presión, el ritmo, la temperatura, el tono muscular— pueden experimentar el verano como una especie de “desregulación dulce”.
Más libertad de movimiento no siempre significa más bienestar.
Más tiempo libre no siempre implica más disfrute.
La humedad, el sudor, la ropa diferente, las nuevas texturas del entorno (arena, agua, crema, césped seco), sumadas al cambio de espacios, personas o temperaturas, pueden generar una desconexión de su propio esquema corporal.
Y cuando eso ocurre… hablar cuesta más.
Entonces, ¿por qué parece que algunos retroceden en verano?
No es un retroceso.
Es una reorganización.
El niño o niña que se desenvuelve bien en un entorno estructurado puede necesitar reubicar su lenguaje y su regulación emocional cuando desaparecen esas referencias externas.
Y si a eso sumamos viajes, cambios de casa, ruidos nuevos o menos descanso nocturno, es normal que aparezcan:
- más ecolalia,
- más mutismo momentáneo,
- más expresión corporal que verbal.
En “Ecolalia funcional”, hablo de cómo la repetición de frases puede ser un recurso adaptativo cuando el lenguaje espontáneo se ve alterado.
¿Qué puedes hacer si tu hijo/a cambia su forma de comunicarse en verano?
- No corras a intervenir. Observa. El silencio también está diciendo algo.
- Acompaña sin corregir. Puedes reformular si hace falta, pero sin forzar.
- Ofrece anclajes sensoriales constantes: un cuento leído cada noche, una canción cantada a la misma hora, una rutina suave que marque “aquí también hay estructura”.
- Dale tiempo al cuerpo: a adaptarse al calor, a sentirse de nuevo en casa, incluso si está en la playa.
Conclusión: la voz también necesita vacaciones
Cuando un niño cambia la forma en que habla durante el verano, no está “perdiendo habilidades”.
Está diciendo con su cuerpo: necesito reorganizarme.
La voz no se apaga, se adapta.
Y si la escuchamos con paciencia, sin presionarla, suele volver con una forma aún más propia, más libre y más sentida.