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¿Sabéis de que puedo estar hablando? Hace ya un par de meses que tenemos como tema central de debate en educación la famosa serie que ha multiplicado los suscriptores de Netflix por infinito: “El juego del Calamar” o “Squid Game” en su versión original.

Y la cosa, como decía en el título, no va de calamares. Ni de leones, ni animales de granja. Tampoco de los de selva. Nos dirigimos ni más ni menos al que llamamos sapiens. Al famoso Homo Sapiens. Y Sapiens, viene de conocimiento. Ese antepasado que comenzó a dar sentido al objeto, y que básicamente evolucionó gracias a su forma de comunicarse. Y comenzó a usar el lenguaje para establecer lazos para el trueque, el comercio y el rumoreo. Sí, porque gracias al cotilleo y al rumor consiguió otorgarle mayor funcionalidad al lenguaje.

Pero parece, que a pesar de todo ello, el ser humano sapiens, ha evolucionado relativamente mal. No digo poco. Digo MAL. Porque la tecnología parece no haber llegado para ayudarnos con la educación. Parece que a los que somos padres en edad de regular la tecnología se nos hace a veces cuesta arriba. Pero, ¿por qué tanta dificultad?

La regulación intrahogar de la tecnología y su acceso es complicada cuando debemos regular, no en base a nuestras normas y valores, si no desde el deseo de no aislar socialmente a nuestro prea o adolescente de lleno. Y esto, amigos, no es complicado. Es lo siguiente.

Cuando tememos que retirarles un aparato electrónico o regularle el acceso al mismo, puede aislarles de sus amigos, o grupo social, estamos dándole la importancia que realmente, y por desgracia, tienen las tecnologías en las relaciones sociales.

Y a veces, muchas veces, se nos hace muy complicado supervisar y controlar el acceso a la información a través de las pantallas. Pero, esto familias, es imprescindible. No es una opción.

Es una obligación, me atrevería hasta decir que legal, supervisar y controlar el acceso al contenido potencialmente peligroso al que pueden acceder nuestros hijos en las redes. No podemos desentendernos con excusas de “lo hace cuando no le veo, “ es que se mete en su habitación y no sé qué hace”, “ lo ve cuando va con sus amigos”, etc.

La base de una buena educación no es la prohibición, es el dialogo y la confianza mutua. Dos de mis hijas, de 11 y 12 años han venido a consultarme si pueden acceder a ver la serie del famoso cefalópodo. Evidentemente NO. No hay opción. Y confío 100% en que no lo harán. He satisfecho todas sus dudas al respecto de la serie. Hemos analizado juntos los beneficios de ver sangre y destrucción. De que implica la humillación y el redito de la explotación al que está en peor situación social que nosotros. Hemos valorado la opción de que pudiera haber personas de primera y de segunda. La hemos desechado.

El caso de mi hija de 9 años me produjo desgarro cardiaco, después de recibir una carta del profesor alertándonos y alentándonos a mantener una conversación al respecto de la famosa serie y que nos pidiera, por favor, que no consintiéramos que pudieran ver la serie. ¿Perdón? ¿La opción de ver la serie está abierta a un niño de 9 años? Pues sí, más de un compañero de mi hija de 9 la ha visto y por desgracia, de mi hijo de 6 también.

Lo siento, pero soy inclemente: la responsabilidad última no es de NETFLIX ni de el director de la serie, un tal, Hwang Dong-hyuk. La responsabilidad es tuya. Es nuestra. Es de los padres. Proteger a nuestros hijos es nuestra obligación y responsabilidad. No solo formarnos en la últimamente tan famosa e incomprendida disciplina positiva y evitarles sufrimientos físicos y emocionales. También debemos educarles y limitarles, quererles y enseñarles que el no también es y demuestra amor. Mucho amor. Y NO: No pueden ver ese contenido. No pueden jugar eternamente al Fortnite en su cuarto (por cierto, sumamente adaptado a un Gamer, con todos los accesorios) o no pueden tener un móvil a los 9. No. Rotunamente no. Y si perdemos el miedo al no, permitiremos al cerebro crecer sabiendo respetar los límites y buscando soluciones alternativas, desarrollando estrategias creativas para entretenerse o nuevos juegos imaginativos o habilidades de exploración, artísticas, lectura o escritura, etc.

Piénsalo. El no es educativo. También es positivo. Y también es disciplina.

Sandra Martínez García

Neuropsicóloga

Sandra Martínez

Neuropsicóloga

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