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Hoy vengo a hablaros de la terapia de esquemas, una psicoterapia integradora que combina elementos de las escuelas cognitivo-conductuales, teoría del apego, gestalt, constructivistas y elementos dinámicos que emergió y se emplea como un enfoque efectivo para abordar una amplia gama de trastornos psicológicos y que trata de explicar y sanar patrones tóxicos muy arraigados en nuestra personalidad y, a mi parecer, muy sólida y útil.

Esta terapia se desarrolló en los finales de los 80 y principios de los 90 de la mano de Jeffrey E. Young durante su trabajo en el Instituto de Terapia Cognitiva de la Universidad de Pensilvania, estudiante de Aaron T. Beck, padre y fundador de la terapia cognitiva. Surgió a modo de respuesta ante la terapia cognitivo-conductual muy efectiva en el tratamiento de trastornos del eje I pero que muestra limitaciones en pacientes con problemas más cronificados, de afección más compleja y aquellos con trastornos de la personalidad.

Fundamentos de la teoría de esquemas

El primer paso es definir a qué nos referimos con la palabra esquema, como los escritos del propio Young describen, se considera esquema disfuncional temprano a: temas (modos de interpretar la realidad) muy estables y duraderos que se desarrollan y se elaboran a lo largo de toda la vida de los individuos (por ejemplo: “el mundo es casi siempre cruel y no puedes permitirte confiar en las personas para sobrevivir en él”). Estos esquemas además tienen que cumplir las siguientes 5 características:

1) se toman como verdades a priori y se autoperpetúan, por eso son más difíciles de cambiar,

2) son claramente disfuncionales y no adaptativos y, por tanto, mantenerlos tiene consecuencias negativas,

3) se activan por acontecimientos relevantes o coherentes con un esquema concreto,

4) están asociados a niveles elevados de afecto,

5) son consecuencia de experiencias disfuncionales con los padres, los hermanos, etc., es decir, de experiencias que tenemos con las personas significativas de nuestra vida, sobre todo, en los primeros años de la vida.

Vamos a darle forma a estos conceptos a través de un ejemplo, un niño que durante su infancia sus padres no han reconocido, suplido o han invalidado sus necesidades, por ejemplo: privándole del juego, de afecto, de comprensión o no reconociendo sus logros seguramente de adulto tenga muy formado el esquema de privación emocional (uno de los 18 esquemas disfuncionales que veremos más adelante) y cuando ocurra alguna situación relacionada con el esquema, como que su pareja no esté cubriendo su necesidad de expresar sus sentimientos negativos ya que cambió de tema cuando habla de ellos, automáticamente se activará el esquema de privación emocional, se resentirá, se sentirá solo, y actuará en consecuencia, actuando de forma fría y distante con su pareja durante todo el día para “darle de su propia medicina”. Puede que su pareja no se hubiese dado cuenta, que lo hiciese sin querer o que realmente sí que estuviera invalidando sus emociones conscientemente, pero el esquema se activa de forma tan fuerte y automática que la respuesta negativa parece inevitable.

La causa de los esquemas disfuncionales

Young plantea que los esquemas disfuncionales tienen su origen en una interacción de 3 componentes necesarios: unas necesidades emocionales centrales no satisfechas en la infancia, experiencias tempranas y el temperamento innato del niño. Centrémonos ahora en cada uno de los componentes:

Las experiencias tempranas suelen ser de cuatro tipos, cuando el niño experimenta “muy poco de algo bueno”, cuando el niño experimenta “demasiado de algo bueno”, cuando vive una experiencia traumática o cuando internaliza los esquemas de los padres y los vive como suyos.

Las necesidades no cubiertas pueden ser de cinco tipos:

 1) afectos seguros con otras personas,

 2) autonomía, competencia y sentido de identidad,

 3) libertad para expresar las necesidades y que se validen sus emociones,

 4) la posibilidad de ser espontáneo y de participar en el juego,

 5) límites realistas y autocontrol.

El temperamento del niño hace de modulador de las experiencias. Por ejemplo, un niño agresivo tendría una mayor probabilidad de producir abuso físico por tener un padre violento que un niño pasivo, apaciguador. O consideremos 2 niños que son rechazados por sus madres. El niño tímido se esconde del mundo y cada vez se vuelve más apartado y dependiente de su madre, mientras que el niño sociable se aventura y entabla otras conexiones más positivas.

Clasificación de los esquemas

De estas cinco necesidades nacen las cinco dimensiones donde se engloban los dieciocho tipos de esquemas disfuncionales que postula Young, respectivamente. Intentaré resumir brevemente las diferentes dimensiones sin concretar mucho en los esquemas.

1. La dimensión de desconexión y rechazo (esquemas de abandono/inestabilidad, de desconfianza/abuso, de privación emocional, de imperfección/vergüenza y de aislamiento emocional/alienación) incluye individuos criados en ambientes que carecen de alimentación, afecto, aceptación y estabilidad. Los adultos criados en este tipo de ambiente asumen que no van a encontrar en la vida su deseo de amor, aceptación, seguridad y empatía. Los esquemas dentro de esta dimensión recogen las diversas “posibilidades” o “consecuencias” de este tipo de privaciones. Un niño sin afecto o sin aceptación tendrá una cierta probabilidad de desarrollar un esquema como el de imperfección/vergüenza.

2. La dimensión de perjuicio en autonomía y desempeño (esquemas de dependencia/incompetencia, de vulnerabilidad al peligro/enfermedad, de apego inmaduro y de fracaso) refleja un ambiente infantil muy complicado y sobreprotector. En sus relaciones en la vida adulta, estos individuos son demasiados dependientes de los demás y creen que carecen de las habilidades adecuadas para afrontar situaciones por ellos mismos. Es fácil que un niño excesivamente protegido desarrolle esquemas disfuncionales tempranos como, por ejemplo, el de dependencia/incompetencia.

3. La dimensión de la tendencia hacia el otro (esquemas de búsqueda de aprobación/reconocimiento, de sacrificio y de subyugación) está fomentada por experiencias tempranas en las que las necesidades del niño son secundarias a las necesidades de los demás. En sus interacciones en la vida adulta se preocupan más del bienestar de los demás y de ganar su aprobación que de sus propias necesidades y problemas. Esquemas como el de subyugación sería un buen ejemplo de esta dimensión.

4. La dimensión de sobrevigilancia e inhibición (esquemas de negatividad/vulnerabilidad al error, inhibición emocional/hipercontrol y de metas inalcanzables/hipercriticismo) se forma cuando se educa a los niños en el perfeccionismo, en una familia rígida. En su vida adulta presenta un exceso de control, con reglas extremadamente elevadas. Por ejemplo, es normal que un individuo criado en ese ambiente desarrolle un esquema disfuncional temprano que lo lleve a interpretar sus experiencias en función del éxito o del fracaso.

5. La última dimensión, la dimensión de límites inadecuados (esquemas de grandiosidad/autorización y de insuficiente autocontrol/disciplina), normalmente se desarrolla cuando los niños fueron criados por padres permisivos y demasiado indulgentes, lo cual pudo contribuir a que se creyeran superiores, como adultos carecen de auto disciplina y pueden mostrar un sentimiento de autoridad o superioridad en sus relaciones con los demás, llegando incluso a ser insensibles ante las necesidades y deseos de las otras personas.

Posibles reacciones a los esquemas

A pesar de que los esquemas están realmente interiorizados Young defiende que aún así hay cuatro formas de actuar frente a estos cuando se activan: rendición ante el esquema, evitación, sobrecompensación y sanación del esquema, siendo este último, lógicamente, el objetivo de la terapia psicológica basada en esquemas.

Rendirse al esquema implica que el paciente no busca evitarlo ni enfrentarlo, sino que reconoce el esquema como válido o verdadero. Experimenta directamente el dolor emocional asociado al esquema y toma acciones que validan el esquema. De manera inconsciente, el paciente repite patrones que refuerzan el esquema, lo que significa que en su vida adulta sigue experimentando situaciones similares a las que dieron origen al esquema en la infancia. Por ejemplo, una mujer con un esquema de desconfianza y abuso podría casarse con un hombre que continúa teniendo relaciones amorosas fuera de la relación, lo que refuerza sus creencias de que será traicionada y que no puede confiar en la gente.

La evitación de los esquemas ocurre cuando la persona elude conscientemente pensamientos, emociones o acciones que podrían activar el esquema, con el objetivo de evitar el malestar que surge cuando este se activa. Abarca cualquier acción que se realice para prevenir la activación de un esquema, desde bloquear pensamientos o imágenes que puedan activarlo, distraerse, suprimir emociones hasta recurrir al exceso de comida o bebida, consumir sustancias, limpiar de manera compulsiva o volverse adicto al trabajo. Por ejemplo, un paciente con un esquema de sacrificio personal puede evitar mantener relaciones interpersonales.

Los pacientes realizan una sobrecompensación cuando se resisten al esquema al pensar, sentir, comportarse y relacionarse con los demás de manera contraria, como si el esquema estuviera equivocado. Exageran en exceso una respuesta contraria al esquema temprano, evitando así experimentar las emociones desagradables asociadas con él. Por ejemplo, una mujer influenciada por un esquema de imperfección y vergüenza podría exagerar sus habilidades y parecer arrogante. Otro ejemplo podría ser un paciente que se sintió controlado en su infancia y que, en su vida adulta, trata de compensar esto intentando controlar a todos los demás y rechazar cualquier forma de influencia externa. La sobrecompensación puede considerarse como un intento, en cierto grado saludable, de combatir el esquema, aunque el esquema continúa persistiendo en lugar de sanarse.

Ahora, llegando al objetivo de sanar el esquema, la intervención, dado que el esquema está compuesto por una serie de recuerdos, emociones, sensaciones corporales y pensamientos, implica reducir en cierta medida estos elementos. Disminuir la intensidad de los recuerdos relacionados con el esquema, reducir la carga emocional asociada al esquema y debilitar la intensidad de las sensaciones corporales y los pensamientos disfuncionales. La curación del esquema también conlleva un cambio en el comportamiento, ya que los pacientes aprenden a reemplazar estrategias de afrontamiento disfuncionales por otras más saludables.

Por lo tanto, el tratamiento centrado en esquemas necesariamente involucra intervenciones cognitivas, emocionales y conductuales por igual. A medida que avanzamos en la curación de un esquema, se vuelve más difícil que se reactive. En caso de que se reactive, la experiencia será menos problemática, se podrá abordar más fácilmente y el paciente se recuperará más rápidamente.

Conclusiones finales

La terapia de esquemas es complicada, primero porque es común que la reacción al esquema sea la única que tiene el paciente y por tanto se “aferre” a ella y se resista a cambiarla, segundo porque son patrones muy arraigados e interiorizados por lo que va a costar mucho esfuerzo y constancia sanarlos y en tercer lugar porque no llegan a desaparecer del todo, si no que una vez curados van a ser menos fuertes, menos relevantes y los pacientes van a poder responder a sus esquemas cuando se activan, con mayor facilidad y de una forma más sana.

Bueno no sé qué os habrá parecido la terapia de esquemas, he intentado resumir y por tanto me he dejado mucho en el tintero. Puede que hayáis identificado algún esquema en vosotros o vuestras personas más próximas o que simplemente os haya parecido interesante esta manera de explicar algunos comportamientos tóxicos. Sea lo que sea dejádmelo en los comentarios. ¡Espero que la lectura os haya resultado grata!

 

Enrique de Castro

Psicólogo y Logopeda

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