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La violencia verbal es una compañera más de nuestro día a día, vivimos en una sociedad en la que hemos tenido que aprender a convivir con los insultos, y no solo en un espacio de nuestra vida.

Los insultos los escuchamos durante todo el día, cuando vamos en el coche, andando por la calle, en el colegio o en el trabajo, incluso en nuestra casa, con nuestros familiares y amigos.

Y … ¿todo esto cómo nos afecta? Todo ser humano desde el momento de su nacimiento aprende y adapta conductas de su contexto más cercano, en primera instancia de su ámbito familiar, mas tarde del contexto escolar, y todo esto influido por el contexto sociocultural.

La violencia es peligrosa, tanto para la persona que la sufre, como para él que la ejerce.

Esto segundo nos puede resultar un poco confuso, ya que siempre asociamos el “peligro de la violencia” con el receptor de esta, sin pararnos a pensar que el emisor también se ve afectado por ella.

El niño que recibe burlas, insultos o intimidaciones, presenta alteraciones en el desarrollo cerebral incluso dos años después de haber sufrido el acoso. El grosor de la circunvolución fusiforme es más grueso, esto puede provocar una mayor tendencia a que este niño tenga problemas lingüísticos y de salud mental.

Por otro lado, el niño que acosa y que realiza las burlas, insultos o intimidaciones, presenta alteraciones en el desarrollo cerebral incluso dos años después de haber realizado el acoso. En este caso, el grosor de la corteza cúneo es más delgado, y puede desarrollar ciertos problemas en la percepción visual, al igual que en la salud mental.

Por lo tanto, existen déficits anatómicos y funcionales implicados en casos de ansiedad, depresión, dolor social, dolor físico, ausencia de empatía, agresividad, rechazo y estrés; sintomatologías generalmente asociadas al acoso.

Además, la principal consecuencia del acoso, es la ideación suicida en la persona que recibe esta agresión, seguido de ansiedad y depresión.

Por otro lado, entre las funciones ejecutivas mas afectadas en los agresores, se encuentra la toma de decisiones, seguido del bajo control inhibitorio y una baja flexibilidad cognitiva, que repercute en el bajo rendimiento académico/laboral. En cuanto a las víctimas, se identifica que existe un déficit en la inhibición de respuesta, en la memoria de trabajo, toma de decisiones y en la finalización de tareas.

Con todo esto, podemos concluir que esta problemática no solo es la desencadenante de alteraciones conductuales, fisiológicas, motoras, psicosomáticas, emocionales y cognitivas, sino que también tiene repercusiones a nivel anatómico y funcional neuronal, afectando directamente a la calidad de vida de cada uno.

 

Sara Villafranca

Psicóloga

Sara Villafranca

Psicóloga

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