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Cada uno de nosotros no somos sólo una persona individual e independiente. Como dice la canción de Antonio Orozco, estamos hechos de “pedacitos” de otros. Llevamos una mochila que cargamos siempre llena de información y de condicionantes que no son nuestros, sino heredados de nuestros antecesores. No estoy hablando de la carga genética que soportamos y que nos hace parecernos de manera tan alucinante a nuestros familiares, no sólo físicamente, sino en el tono de voz, en la forma de ser, etc… pues al fin y al cabo, eso es lo que constituye la inmortalidad, si se nos observa como especie. Me estoy refiriendo a una herencia que no se ve, de la cual no somos conscientes, o bien porque no la conocemos, o bien porque conociéndola no la identificamos.

    Todos  formamos nuestras propias familias, es lo que llamamos, familia nuclear, que es la que elegimos, nuestra pareja e hijos. Pero igualmente, pertenecemos a una familia anterior, de la que procedemos, que es la que llamamos familia de origen o familia extensa, y esa no la elegimos, caemos en ella, nos toca, pues no podemos decidir dónde nacemos (que sepamos). Las herencias invisibles nos llegan de la familia de origen, y del mismo modo, nosotros traspasaremos nuestra herencia invisible a nuestra familia nuclear.

    Pero ¿qué es esta “herencia invisible”?. Pues como su propio nombre indica, es algo que recibimos de alguien de nuestra familia de origen, pero que no se ha explicitado, es decir, que permanece desconocido para nosotros; que recibimos sin dar consentimiento, y aceptamos incondicionalmente. La herencia no es una casa en el centro, ni unas acciones del IBEX 35, ni un terreno en el campo… no, no, que va, ¡Ojalá!… la herencia es una “lealtad” con una de las personas de nuestra estirpe a partir de la cual asumimos como nuestro el desempeño del papel que esa persona tuvo a lo largo de su vida.

     Vamos a ponernos en situación. ¿Recordáis el artículo que publicamos hace poco sobre la homeostasis?, pues si no os acordáis, os recomiendo que le echéis un vistazo para poder entender mejor esto que os cuento. En resumen, en el artículo decía que tenemos una predisposición natural al equilibrio, que hace que los sistemas cuando sufren alguna modificación, se reconfiguran de forma automática para seguir en activo de la manera más funcional posible, es decir, sin perder su identidad como sistema. Así, como una familia es un sistema, ya que es un conjunto de normas, procedimientos y relaciones que regulan el funcionamiento de dos o más personas interrelacionadas entre sí, comentaba que cuando en una familia un miembro desarrolla un rol, por ejemplo, el padre, y éste falta, de manera natural otro miembro del sistema familiar acudirá a reemplazarle cubriendo el espacio que se ha dejado, desempeñando el papel de la figura paterna a fin de que el sistema siga en marcha. De esta forma, la familia se ha autoregulado, y se ha reequilibrado de la manera más funcional posible, lo que no quiere decir que sea la más óptima.

    Pues bien, eso que decíamos sobre las familias en un sentido horizontal, es también aplicable en una dirección vertical, es decir, observando el sistema desde arriba hacia abajo, recorriendo nuestro árbol genealógico. Vamos a estudiar las normas, procedimientos y relaciones que se dieron transgeneracionalmente, para averiguar, el rol que cumplimos nosotros con relación a esa verticalidad, cuál es nuestra función, cómo mantenemos en pie la estructura, y si el papel que desempeñamos para sostenerla nos corresponde, o es el que hemos heredado de un familiar de origen, la lealtad invisible que mencionábamos antes.

    La lealtad invisible se da cuando asumo un mandato familiar de estirpe reproduciendo o interpretando este rol o papel. Por ejemplo, puede que no sepa que mi bisabuelo fue un hombre tremendamente infiel, y al desconocerlo, no entienda porqué me es tan difícil conservar una pareja más de dos años. Igualmente, puedo acudir a consulta para tratar mi adicción a las drogas, y relatar que mi tío era alcohólico, sin, a pesar de saberlo, identificar qué me lleva a ello.

Y, aunque parezca increíble, así es. Cuando hacemos el estudio del árbol genealógico (genograma), nos preguntamos sobre todas las cosas que se recuerdan de las familias, o aquellas de las que, sin haberlas vivido, se tiene noticia porque se han contado, y vamos haciendo un dibujo de relaciones anteriores, de secretos guardados, de amores no correspondidos, de abusos, de adicciones, de hijos no nacidos, de muertes prematuras… porque aunque nos parezca que un accidente es algo que no podemos reproducir por el componente de “casualidad” que tienen, la fuerza de nuestra lealtad hace, que aún en contra de nosotros mismos, aceptemos el papel y cumplamos escrupulosamente el legado que nos han dejado, como si de alguna manera nuestro destino estuviese determinado. Es por esto que el estudio transgeneracional es tan importante. El genograma va a revelar más cosas de nosotros mismos que las que podemos descubrir en una terapia en la que nos centremos en la persona sin ponerla en relación con su contexto, sin sistematizarla.

 

Irene Candelas

Psicóloga Familiar

Irene Candelas

Psicóloga

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