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La escritura es una actividad intrigantes, como casi todas las que desarrollamos con el cerebro.

Es lo que en neurología llamamos praxias. Una praxia es un conjunto de pequeñas acciones que llevadas a cabo en cadena y de manera ordenada, dan lugar a una acción más compleja.

Cuando analizamos la escritura, en concreto, estamos ante una tarea sumamente compleja. Una tarea que, al llegar a su culmen de eficacia y éxito que sería alrededor de la finalización de la primaria, en dónde el niño a alcanzado un control motor y de coordinación oculo-manual superior, le permite desarrollar la habilidad/praxia, de una manera automática con respecto a las normas ortográficas y gramaticales de su idioma; incluso siendo capaz de desarrollarlo en más de un idioma.

Pero a escribir el Quijote no se nace sabiendo.

El cerebro debe avanzar por una serie de condiciones de madurez y aprendizajes, experienciales en su mayoría, que pasan desde una buena gestión postural, a su vez alcanzada por un buen tono postural y una buena integración de los sentidos básicos además de vestibulares y propioceptivos (encargados de situarnos con respecto al especio y a nosotros mismos), como por capacidad introspectiva y de autofeedback y supervisión, así como de tiempo de desarrollo neurológico y de las áreas respectivas al control de esas actividades menores.

Si, habéis leído bien. Porque el cerebro necesita tiempo. Mucho tiempo y de calidad. En el que pueda permitirse experimentar y realizar conexiones con respecto a esas experiencias y validar cuáles son útiles, manteniendo y reforzando esas redes neuronales a medio-largo plazo y a podar las redes no válidas y desechar esas experiencias que no aportan para el resto de su paseo vital.

Por eso, gatear, correr, caminar deprisa o despacio, de la mano de un adulto o de un hermano, subir a los árboles, tirarse rodando de una ladera de hierba, saltar, jugar con animales, mirar a lo lejos, meditar, concentrarse en un puzle, construir un lego, garabatear, atarse los cordones, patinar, montar en bici o patinete (no eléctrico, por supuesto) y multitud de otras praxias, en teoría menos “complejas”, son praxias que preparan al cerebro para enfrentarse a la redacción de un examen o a la escritura de una gran novela manuscrita, lo que consideraríamos la praxia final, en este supuesto.

Porque el cerebro no es inconexo, ni en si mismo, ni con respecto al ambiente en el que se desarrolla, y cuantas mas experiencias vitales y físicas tenga, más preparado estará para enfrentarse al mundo del aprendizaje intelectual.

Pero por supuesto, todo ello a partir de los 6 o 7 años.

Hasta entonces, jugar es la experiencia vital básica para desarrollar una buena escritura y tener, quien sabe, un futuro “Da Vinci”.

 

Sandra Martínez

Neuropsicóloga

Sandra Martínez

Neuropsicóloga