Ir al contenido principal

Por Sara Villafranca
Psicóloga

¿Te suena esta voz interior?

«No es para tanto», «debería poder con esto», «ya descansaré el fin de semana».
A veces, la autoexigencia no grita: susurra.
Y esos susurros son tan constantes y cotidianos que ya no los cuestionamos. Creemos que es lo normal. Que es madurar. Que es ser responsable.

Pero en realidad, muchas veces se trata de una autoexigencia silenciosa que, sin darnos cuenta, va erosionando nuestro bienestar emocional.
Una presión interna que no necesita jefes estrictos ni horarios imposibles: vive dentro de ti. Y lo más inquietante… es que parece razonable.

¿Qué es la autoexigencia silenciosa?

No se manifiesta con frases grandilocuentes del tipo “tengo que ser la mejor en todo”.
A veces es más sutil:

  • Es no querer molestar.
  • Es creer que descansar es perder el tiempo.
  • Es sentirse mal por decir «no».

Esta autoexigencia suele venir acompañada de un sentido profundo del deber, una conciencia elevada por las necesidades del otro, y una enorme dificultad para identificar y expresar las propias.

Te puede interesar: No siempre podemos con todo — donde reflexiono sobre los límites reales frente al ideal del “yo puedo con todo”.

¿Cómo se instala esta forma de exigencia?

En muchas ocasiones, esta exigencia se empieza a construir en la infancia o adolescencia.
Cuando se valora más lo que haces que cómo estás.
Cuando el “ser fuerte” se convierte en una forma de sobrevivir emocionalmente.
Cuando aprendiste que lo que tú necesitas es lo último de la lista.

También puede reforzarse en ambientes profesionales o familiares donde se espera que estés siempre disponible, resolutiva y positiva. Y tú, que eres comprometida, empática y responsable… acabas cumpliendo ese papel sin darte cuenta de que te estás quedando fuera de la ecuación.

Señales de que podrías estar viviéndola

  • Te cuesta delegar aunque estés desbordada.
  • Te sientes culpable al parar, incluso cuando sabes que lo necesitas.
  • Priorizarte te genera incomodidad, como si estuvieras haciendo algo mal.
  • Te esfuerzas por no “molestar” ni mostrar fragilidad.
  • Necesitas validación externa para sentir que lo estás haciendo bien.

Relacionado: ¿Elegir o decidir? — porque muchas veces actuamos en automático, sin preguntarnos qué queremos realmente.

El impacto emocional: una carga invisible

La autoexigencia silenciosa no siempre conduce al éxito. A menudo conduce al agotamiento.
Genera un malestar persistente, difícil de verbalizar, porque aparentemente “todo está bien”.
Pero por dentro sientes cansancio, frustración, insatisfacción… y sobre todo, una desconexión de ti misma.

Es como ir tirando de un carro muy pesado con una sonrisa.
Hasta que un día, el cuerpo o la mente te dicen basta.

¿Cómo empezar a soltar?

No se trata de dejar de ser responsable, comprometida o sensible.
Se trata de equilibrar esas cualidades con espacios para cuidarte, escucharte y validarte tú también.

Aquí algunas claves que trabajo en consulta:

🔹 Reescribir tus “tengo que”
Cambia el “tengo que ayudar a todos” por “elijo ayudar cuando puedo, sin dejarme de lado”.

🔹 Empezar a decir “no” con suavidad y firmeza
Practícalo en contextos seguros. Puedes empezar por frases como “ahora no puedo, pero me encantaría ayudarte otro día”.

🔹 Explorar tu historia de exigencia
¿De dónde viene esa necesidad de rendir tanto? ¿A quién estabas intentando no decepcionar?

🔹 Cultivar el descanso consciente
Descansar no es lo que haces cuando ya no puedes más. Es lo que haces para poder seguir bien. El descanso también es productivo.

🔹 Pedir ayuda, aunque no estés “mal del todo”
Puedes estar funcionando y, aun así, necesitar apoyo. No esperes a colapsar.

También puede ayudarte: ¿Qué es la sobreprotección? — porque en ocasiones la autoexigencia nace de dinámicas donde no aprendimos a confiar en nuestros propios ritmos.

Conclusión: más permiso, menos presión

Mereces vivir con más ligereza.
No porque hagas menos, sino porque te reconcilias con la idea de que no todo depende de ti, ni todo se arregla con esfuerzo.
Tu valía no está en lo que haces por los demás. Está en quién eres, incluso cuando no haces nada.

La próxima vez que te escuches diciendo “no es para tanto”…
…quizá sea el momento de parar, escucharte y preguntarte:
¿Y si esta vez, sí era para tanto?

Sara Villafranca

Psicóloga